Lecturas Sábado de la VII semana del Tiempo ordinario Ciclo B

Memoria Opcional de San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia
Memoria Opcional de San Gregorio VII, Papa
Memoria Opcional de Santa María Magdalena de Pazzi, virgen




Primera lectura
San 5, 13-20

Hermanos míos: ¿Sufre alguno de ustedes? Que haga oración. ¿Está de buen humor? Que entone cantos al Señor. ¿Hay alguno enfermo? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite, invocando al Señor. La oración hecha con fe le dará la salud al enfermo y el Señor hará que se levante; y si tiene pecados, se le perdonarán.

Por lo tanto, confiesen sus pecados los unos a los otros y oren los unos por los otros para que se curen. Mucho puede la oración insistente del justo: Elías era un hombre igual a nosotros, y cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió en tres años y medio; volvió a orar, y el cielo dio su lluvia, y la tierra, sus cosechas.

Hermanos míos, si alguno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver al buen camino, tengan presente que quien hace volver a un pecador de su extravío, salvará su propia alma de la muerte y sepultará una multitud de pecados.

Salmo Responsorial
Salmo 140, 1-2. 3 y 8
R. (2a) Que sea, Señor, mi oración como el incienso.


A ti clamo, Señor, acude pronto;
cuando te invoco, escucha mi plegaria.
Que sea mi oración como el incienso;
como ofrenda, mis manos levantadas.
R. Que sea, Señor, mi oración como el incienso.

Pon, Señor, en mi boca un centinela,
un vigía, a la puerta de mis labios.
En ti, Señor, están puestos mis ojos,
no me niegues tu amparo.
R. Que sea, Señor, mi oración como el incienso.

Aclamación antes del Evangelio
Cfr Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del Reino
a la gente sencilla.
R. Aleluya.

Evangelio
Mc 10, 13-16

En aquel tiempo, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo.

Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.

Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.

Comentario al Evangelio

Queridos hermanos, paz y bien.

El apóstol Santiago nos invita, en todo momento, a recordar que Dios está presente en nuestra vida. Cuando estamos mal, cuando estamos alegres, cuando hemos pecado, siempre. En cada uno de estos momentos, tenemos la posibilidad de volver la mirada a nuestro Padre misericordioso, que nunca deja de esperarnos.

En concreto, la oración por los enfermos. Rezar los unos por los otros, para que vuelva la salud, y para que sean perdonados los pecados. En ocasiones, no podemos hacer otra cosa por nuestros familiares y conocidos enfermos que rezar. La oración de fe salvará al enfermo.

Además, la Unción de enfermos está ahí, como un momento para acompañar a los que sufren en nuestras comunidades y parroquias. Consolando a las familias, y atendiendo a los que no se pueden valer.

A Jesús los niños no le molestan. Los abraza, los bendice, los mira siempre con amor y esperanza. No están maleados, muestran un corazón abierto, no ponen condiciones para escuchar el mensaje, les gusta ser abrazados por Jesús, se dejan llevar por Él.

Sería bueno, quizá, seguir a Jesús como los niños siguen a sus padres cuando van a algún lugar. Con confianza, con alegría, sabiendo que todo lo que venga será bueno para nosotros. Porque Dios quiere que seamos felices, y lo seremos, si podemos abandonarnos en sus manos.

El Reino de Dios, no lo olvidemos, pertenece a los que son como niños. No se trata de ser infantiles, porque Dios quiere que seamos adultos en la fe. Pero se trata de no perder lo que hace a los niños preferidos para Jesús, es decir, esa confianza, esa alegría en el seguimiento, en permanente búsqueda de la felicidad, sabiendo que es posible, como todo es posible para los que creemos.

Y lo último, ya. Si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo encamina, sabed que uno que convierte al pecador de su extravío se salvará de la muerte. Que no se nos olvide que todos somos responsables de la salvación de todos. Quizá no sea tan difícil llamar por teléfono o a la puerta de un vecino que no ha venido a Misa dos semanas, por ejemplo. O recordar a los parientes y amigos que viene una fiesta religiosa, para que recuerden que también son cristianos. Felicitar el día del santo, como ocasión para hablar de Dios con ellos. Ser listos, aprovechar las oportunidades que la vida nos va ofreciendo. Porque la salvación de los hermanos puede estar en nuestras manos.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.