Memoria Opcional de San Enrique
Primera lectura
Is 6, 1-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno: con un par se cubrían el rostro; con otro, se cubrían los pies, y con el otro, volaban. Y se gritaban el uno al otro:
"Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra".
Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. Entonces exclamé:
"¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al rey y Señor de los ejércitos".
Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome:
"Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados".
Escuché entonces la voz del Señor que decía: "¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?" Yo le respondí: "Aquí estoy, Señor, envíame".
Salmo Responsorial
Salmo 92, 1ab. 1c-2. 5
R. (1a) Señor, tú eres nuestro rey.
Tú eres, Señor, el rey de todos los reyes.
Estás revestido de poder y majestad.
R. Señor, tú eres nuestro rey.
Tú mantienes el orbe y no vacila.
Eres eterno, y para siempre está firme tu trono.
R. Señor, tú eres nuestro rey.
Muy dignas de confianza son tus leyes
y desde hoy y para siempre, Señor,
la santidad adorna tu templo.
R. Señor, tú eres nuestro rey.
Aclamación antes del Evangelio
1 Pedro 4, 14
R. Aleluya, aleluya.
Dichosos ustedes, si los injurian por ser cristianos;
porque el Espíritu de Dios descansa en ustedes.
R. Aleluya.
Evangelio
Mt 10, 24-33
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "El discípulo no es más que el maestro, ni el criado más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al criado ser como su señor. Si al señor de la casa lo han llamado Satanás, ¡qué no dirán de sus servidores!
No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos
Comentario al Evangelio
Desde las azoteas
Hay lugares donde predicadores ambulantes, a quienes muy pocos escuchan y, quienes lo hacen se sonríen a veces tolerante y otras burlonamente, van con altavoces anunciando la perdición total si uno no se convierte. No parece que Jesús se refiera a esta práctica cuando dice que hay que anunciar desde las azoteas, y que nada quedará oculto para siempre. Porque la perdición total está en pensar que uno puede ser más que el maestro. La perdición total está en no creer en el poder de Dios y confiar en el propio. Lo que más bien parece asegurar Jesús es esa victoria aparentemente increíble e imposible del discípulo que no puede ser mayor que su maestro y que, por tanto, acabará en la cruz. Por lo tanto, el miedo parece inevitable.
Pero, con ese inconfundible estilo de paradojas y contrastes, Jesús les asegura que no hay que tener miedo. Pero no dice que las cosas vayan a ser fáciles. Únicamente que hay una fuerza mayor, la del tres veces Santo de la primera lectura que envía incluso a lo que es débil, inepto, indigno. Porque asegura que esa debilidad es más importante que el pájaro al que Dios protege; que es tan valiosa a los ojos de Dios que tiene hasta el último cabello contado. ¿A quién enviaremos a dar nuestro mensaje? Pues precisamente a ese que no puede, que se siente indigno ante la santidad, que siente, no ya miedo, sino un auténtico pavor natural ante la cruz, pero que tiene la absoluta certeza de la resurrección. Diremos que es difícil una fe así ante las evidencias. La fe, dicen algunos es ver las evidencias y no negarlas, sino asegurar la evidencia mayor que es la fuerza del amor de Dios. Asegurar la fuerza de la resurrección.
“Por eso, lo que os digo en lo secreto, anunciadlo desde los tejados”. Lo que ha dicho en lo secreto es que, al final, todo se sabrá; la verdad triunfará; la vida vencerá. Lo que hay que anunciar no es la perdición, sino la seguridad de la salvación. Eso sí, haciéndose menor que el maestro, que es, sí, convertirse, aceptar mucho dolor y seguir, a pesar de todo, proclamando Santo, Santo, Santo, en la seguridad de que estamos totalmente protegidos y salvados. Desde las azoteas. Es decir, venciendo el miedo a dar testimonio público.
Cármen Aguinaco