Lecturas Martes de la XXXI semana del Tiempo ordinario Ciclo B

Primera lectura
Flp 2, 5-11

Hermanos: Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Salmo Responsorial
Salmo 21, 26b-27. 28-30ab. 30c. 31-32
R. (26a) Alabemos juntos al Señor.


Le cumpliré mis promesas al Señor
delante de sus fieles.
Los pobres comerán hasta saciarse
y alabarán al Señor los que lo buscan:
su corazón ha de vivir para siempre.
R. Alabemos juntos al Señor.

Recordarán al Señor y volverán a él
desde los ultimos lugares del mundo;
en su presencia se postrarán
todas las familias de los pueblos.
R. Alabemos juntos al Señor.

Porque del Señor es rey,
él gobierna a los pueblos.
y sólo ante él se postrarán
todos los que mueren.
R. Alabemos juntos al Señor.

Mi descendencia lo servirá
y le contará a la siguiente generación,
al pueblo que ha de nacer,
la justicia del Señor
y todo lo que él ha hecho.
R. Alabemos juntos al Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Mt 11, 28
R. Aleluya, aleluya.

Vengan a mí, todos los que están fatigados
y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio
Lc 14, 15-24

En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: “Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios”.

Entonces Jesús le dijo: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’.

Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’.

Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar’. Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete’ ”.


Comentario al Evangelio
Con la parábola de la gran cena Jesús expone con amargura la resistencia del pueblo elegido a acoger la salvación. Sabe que se está cumpliendo lo que predijo Oseas: “y diré al que no era mi pueblo: tu eres mi pueblo y él dirá: tu eres mi Dios”. Hay alegría porque la salvación alcanzará a todos y dolor porque en ese pueblo, el suyo, muchos no aceptará la salvación.

Los bautizados somos ese nuevo pueblo… ¿lo somos? Como miembros de la Iglesia, ciertamente. Pero si cada uno se examina, puede ser que la respuesta personal, si vamos al fondo, no esté en consonancia con lo que proclamos cuando cantamos, por ejemplo aquello de “somos un pueblo que camina” o “juntos como hermanos, miembros de una Iglesia”.

Es una cuestión de prioridades que se hace muy visible cuando se trata de la celebración de la Misa y de la oración personal: nuestras elecciones cotidianas se anteponen al Bien, la Bondad y la Belleza, así con mayúsculas. Es decir a estar con Jesús, de quien dice San Pablo en la primera lectura que “Dios lo exaltó sobre todo”.

Y no es porque seguirle requiera -que también- un cierto grado de heroísmo. Digamos que a todo católico se le pide que santifique las fiestas de la manera que la Iglesia ha previsto: acudiendo a Misa. Una ley de mínimos en suma. Digamos también que algunos y bastantes mantienen la ficción de ser practicantes pero a su aire. ¿Que es prioritario en nuestra vida? ¿Qué anteponemos a la participación en el banquete Eucarístico o a un tiempo de oración y silencia dedicado al Señor? Pretextos vanales con un discreto disfraz de bien para encubrir la frialdad, la indiferencia, la pereza. También, y sobre todo, la incomprensión e ignorancia de lo que es, en realidad, ese banquete. En el Catecismo está escrito: “La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana”.

Como los invitados de la parábola presentamos excusas o nos damos por excusados porque hay cosas “importantes” que nos impiden ir. Ciertamente prestar auxilio cuando es urgente, atender a un anciano solo que necesita ayuda, cuidar a los pequeñitos cuando nadie más puede hacerlo… son razones suficientes. Pero con frecuencia nuestros pretextos son tan ridículos y tan fáciles de posponer o ignorar como los que presenta la parábola. Pidamos que el Espíritu Santo nos ilumine para que podamos conocer lo que es esencial, lo que alimenta nuestra fe.

Virginia Fernández

Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados. Debido a cuestiones de permisos de impresión, los Salmos Responsoriales que se incluyen aquí son los del Leccionario que se utiliza en México. Su parroquia podría usar un texto diferente.