Memoria de San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia
Primera lectura
Jer 18, 1-6
Esto es lo que el Señor me dijo: “Jeremías, ve a la casa del alfarero y ahí te haré oír mis palabras”.
Fui, pues, a la casa del alfarero y lo hallé trabajando en su torno. Cuando se le estropeaba la vasija que estaba modelando, volvía a hacer otra con el mismo barro, como mejor le parecía.
Entonces el Señor me dijo: “¿Acaso no puedo hacer yo con ustedes, casa de Israel, lo mismo que hace este alfarero? Como está el barro en las manos del alfarero, así ustedes, casa de Israel, están en mis manos”.
Salmo Responsorial
Salmo 145, 2abc. 2d-4. 5-6
R. (5a) Dichoso el que espera en el Señor.
Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor toda mi vida;
tocaré y cantaré para mi Dios,
mientras yo exista.
R. Dichoso el que espera en el Señor.
No pongas tu confianza en los que mandan
Ni en el mortal, que no puede salvarte;
pues cuando mueren, se convierten en polvo
y ese mismo día se acaban sus proyectos
R. Dichoso el que espera en el Señor.
Dichoso aquel que es auxiliado
por el Dios de Jacob
y pone su esperanza
en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto el mar encierra.
R. Dichoso el que espera en el Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Cf. Hch 16, 14
R. Aleluya, aleluya.
Abre, Señor, nuestros corazones
para que comprendamos las palabras de tu Hijo.
R. Aleluya.
Evangelio
Mt 13, 47-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?’’ Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.
Comentario al Evangelio
Queridos hermanos:
Con términos parecidos a los de hace un par de días, el primer evangelista nos presenta hoy el juicio final, que describe como la separación definitiva entre lo bueno y lo malo. No conocemos todos los pormenores del pensamiento de este autor; pero, si consideramos que ya no cuenta con una vuelta del Señor y un fin del mundo inminentes, quizá debamos aceptar que entiende el juicio final con características distintas a las de la apocalíptica judía, como enseñarán muchos siglos después los maestros de la desmitologización. Cuando la palabra de Dios llegue al hombre con fuerza y este se deje afectar y juzgar por ella, se dará en él una separación de lo bueno y lo malo, de lo valioso y lo rechazable. Si opta responsablemente por lo primero, distanciándose de lo segundo, se dará en él un “fin del mundo”, el paso del antes al después, dejando atrás lo inauténtico y deleznable, lo deshumanizador y destructivo, e introduciéndose en “el cesto” de la salvación. Lenguaje mítico el del juicio final, tal como lo entendía la apocalíptica judía de la época, pero lenguaje de una gran profundidad antropológica y religiosa, y de fuerza interpelante: llamada a que nazca el hombre nuevo, según el proyecto de Dios, arrojando al mar lo no válido.
La visión profética de Jeremías puede ser leída en la misma clave. A veces tenemos la impresión de que al divino alfarero la vasija se le escapa de las manos; “mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra”, cantamos en un himno litúrgico. Lo destinado a ser obra hermosa y noble puede deformarse y necesitar nuevamente el poder y destreza de las manos del creador, recuperar el proyecto originario: que Dios vuelva a amasar nuestro barro y reparar las grietas, bultos y raspones: “toma mi vida, hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo”, hemos cantado también.
Naturalmente, aquí surge la pregunta por nuestra disponibilidad, por nuestra gana o desgana, nuestros deseos de crecimiento y progreso o nuestros posibles conformismos enfermizos. Corre por ahí una curiosa letanía para instalados, que aparentemente es una llamada a la sensatez y la mesura: “tan mal no estamos”, “tampoco hay que exagerar”, “ni calvo ni tres pelucas”, “los hay peores”… Es la expresión de quien no quiere dar pasos, de quien teme cualquier movimiento en los palos de su sombrajo, aunque sea para enderezarlo; se cantaba también hace pocas décadas, con un escepticismo y desenfado rayanos en el cinismo: “déjame en paz, que no me quiero salvar” (Víctor Manuel).
Lo de Jesús es consuelo y alivio, gozo de quien ha encontrado la piedra preciosa. Pero justamente por tener ese gran valor no puede tomarse a broma, no es para jugar con ello. Cuantas veces lo cristiano se manche o tuerza en nosotros, requiere una intervención recreadora que le devuelva su originaria belleza.
Vuestro
Severiano Blanco cmf
Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados. Debido a cuestiones de permisos de impresión, los Salmos Responsoriales que se incluyen aquí son los del Leccionario que se utiliza en México. Su parroquia podría usar un texto diferente.