Memoria Opcional de Santa Margarita de Escocia
Primera lectura
3 Jn 5-8
Querido hermano: En todo lo que has hecho por los hermanos, y eso que son forasteros, te has portado como verdadero cristiano. Ellos han elogiado públicamente ante esta comunidad el amor con que los has tratado.
Harás bien en ayudarlos de una manera agradable a Dios con lo que necesitan para su viaje, pues ellos se han puesto en camino por Cristo, sin aceptar nada de los paganos. Debemos, pues, ayudar a esos hermanos nuestros, para que seamos colaboradores en la difusión de la verdad.
Salmo Responsorial
Salmo 111, 1-2. 3-4. 5-6
R. (1a) Dichosos los que temen al Señor.
Dichosos los que temen al Señor
y aman de corazón sus mandamientos;
poderosos serán sus descendientes:
Dios bendice a los hijos de los buenos.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Fortuna y bienestar habrá en su casa;
siempre obrarán conforme a la justicia.
Quien es justo, clemente y compasivo,
como una luz en las tinieblas brilla.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Quienes, compadecidos, prestan
y llevan su negocio honradamente
jamás se desviarán;
vivirá su recuerdo para siempre.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Cfr 2 Tes 2, 14
R. Aleluya, aleluya.
Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio,
a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
R. Aleluya.
Evangelio
Lc 18, 1-8
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:
“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ ”.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”
Comentario al Evangelio
Contra la desconfianza en la oración
Si no es por gusto, es por cansancio y pesadez. La viuda insistente recibe lo que pide porque no se cansa de ser una pesada. Porque es inasequible al desaliento. Porque tiene la valentía (o la necesidad imperiosa y razonable de comer) necesaria para mantenerse firme en su petición. Pero si pensara que su petición no iba a tener ningún resultado, se iría a su casa y se buscaría la vida por otro lado. Porque, al fin y al cabo, las viudas sin protección varonil ocupaban un status social bastante bajo. Es decir, que se la podía desdeñar y echar a un lado sin mayor problema.
El punto de la lectura no parece ser alabar la pesadez de la viuda que aburre al juez injusto, sino más bien cuestionar la falta de paz, paciencia, perseverancia y confianza en Dios de quienes queremos creernos “menos pesados” y abandonamos nuestra petición cuando no vemos resultados inmediatos. ¿Por qué darle menos confianza a Dios que es bueno que a un juez injusto que al final cede? ¿Por qué restarle poder a un Dios mucho más poderoso que un juez humano? ¿Por qué van los infinitamente dignos hijos de Dios a desistir fácilmente? Quizá porque no sintamos esa necesidad perentoria de Dios de la viuda. O quizá porque pensemos que no tenemos el status necesario como para pedir.
Decía un amigo mío una vez que si queríamos pedirle a Dios algo deberíamos invitar al más pecador a orar. Porque Dios, al ver a alguien que apenas se acerca, se conmovería y le concedería lo que pide. Y nosotros no somos menos: ni menos pecadores ni menos dignos.
La confianza es rocosa. No se deja asustar; no se deja intimidar; se mantiene firme porque conoce la sed y el hambre y no se marchará hasta quedar satisfecho. Pero también sabe que, a diferencia del juez que dará lo que se pide sin más, Dios solo dará lo bueno; no un capricho, ni algo que no vaya a hacer bien, sino lo que de verdad satisfaga el hambre más profunda.
Virginia Fernández
Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados. Debido a cuestiones de permisos de impresión, los Salmos Responsoriales que se incluyen aquí son los del Leccionario que se utiliza en México. Su parroquia podría usar un texto diferente.
Aclamación antes del Evangelio
Cfr 2 Tes 2, 14
R. Aleluya, aleluya.
Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio,
a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
R. Aleluya.
Evangelio
Lc 18, 1-8
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:
“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ ”.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”
Comentario al Evangelio
Contra la desconfianza en la oración
Si no es por gusto, es por cansancio y pesadez. La viuda insistente recibe lo que pide porque no se cansa de ser una pesada. Porque es inasequible al desaliento. Porque tiene la valentía (o la necesidad imperiosa y razonable de comer) necesaria para mantenerse firme en su petición. Pero si pensara que su petición no iba a tener ningún resultado, se iría a su casa y se buscaría la vida por otro lado. Porque, al fin y al cabo, las viudas sin protección varonil ocupaban un status social bastante bajo. Es decir, que se la podía desdeñar y echar a un lado sin mayor problema.
El punto de la lectura no parece ser alabar la pesadez de la viuda que aburre al juez injusto, sino más bien cuestionar la falta de paz, paciencia, perseverancia y confianza en Dios de quienes queremos creernos “menos pesados” y abandonamos nuestra petición cuando no vemos resultados inmediatos. ¿Por qué darle menos confianza a Dios que es bueno que a un juez injusto que al final cede? ¿Por qué restarle poder a un Dios mucho más poderoso que un juez humano? ¿Por qué van los infinitamente dignos hijos de Dios a desistir fácilmente? Quizá porque no sintamos esa necesidad perentoria de Dios de la viuda. O quizá porque pensemos que no tenemos el status necesario como para pedir.
Decía un amigo mío una vez que si queríamos pedirle a Dios algo deberíamos invitar al más pecador a orar. Porque Dios, al ver a alguien que apenas se acerca, se conmovería y le concedería lo que pide. Y nosotros no somos menos: ni menos pecadores ni menos dignos.
La confianza es rocosa. No se deja asustar; no se deja intimidar; se mantiene firme porque conoce la sed y el hambre y no se marchará hasta quedar satisfecho. Pero también sabe que, a diferencia del juez que dará lo que se pide sin más, Dios solo dará lo bueno; no un capricho, ni algo que no vaya a hacer bien, sino lo que de verdad satisfaga el hambre más profunda.
Virginia Fernández
Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados. Debido a cuestiones de permisos de impresión, los Salmos Responsoriales que se incluyen aquí son los del Leccionario que se utiliza en México. Su parroquia podría usar un texto diferente.